
Comunicado de Prensa
Xalapa, Equez., Ver., martes 3 de febrero de 2009.
Creamos para defendernos de la banalidad
y violencia que nos cerca: A. Saborit
· “Sería muy presuntuoso de mi parte –además de una responsabilidad enorme– tender puentes para que otros crucen, y ¿si se caen los puentes?”
Marcelo Sánchez Cruz
Antonio Saborit ha realizado un aporte significativo a la literatura mexicana desde varios frentes: fuertemente vinculado a la tarea editorial, a mediados de los noventa se aventuró a crear una editorial por suscripción, el Breve Fondo Editorial, dedicado al rescate de autores mexicanos, a presentar nuevas traducciones de clásicos y obras de autores contemporáneos que tal vez no hallarían cabida en otras editoriales. Posteriormente fundó la editorial Cal y Arena, de la cual es directivo.
Investigador del fenómeno de la escritura, que combina con su formación de historiador, se ha interesado tanto por el acervo epistolar de Tina Modotti como por la poesía ideográfica de José Juan Tablada, o por las crónicas de Octavio Paz sobre la fundación de la ONU. Sus antologías y compilaciones de los más diversos temas permiten preservar la memoria histórica y estudiar a los personajes que las crearon. En su labor como historiador es titular, desde 1989, de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Otra de sus actividades relevantes es la traducción, pues ha puesto en español la obra de autores como Edward Dahlberg, Robert Gittings, Nicola Chiaromonte, David Brading y Robert Darnton, entre otros.
En esta entrevista para UniVerso, Saborit habla sobre sus diversas líneas de trabajo, por qué trabajar en lo que a uno le interesa y las recompensas que la dedicación y el esfuerzo conllevan a nivel personal y profesional.
A Antonio Saborit se le ha clasificado como ensayista, escritor, compilador, ¿con qué título es con el que más le gusta identificarse a sí mismo?
Con ninguno, porque casi todos tienden a excluir; es decir, yo estudié literatura inglesa y cine, luego estudié historia; entonces, para mis colegas de la barra de la historia soy un escritor, y para mis colegas escritores, soy un académico; es un lío, pero pues te digo, siempre todos se excluyen y no me gusta.
Me gusta muchísimo traducir, es un oficio muy demandante y estimulante; también me gusta compilar, reunir cosas. ¿Por qué reunirlas? Porque básicamente tengo la convicción de que 80 por ciento de la literatura mexicana del siglo XIX sigue estando en los periódicos y hay que sacarla de ahí para pasarla al formato de libro antes de que se destruya ese soporte. Lo mismo pasa con la literatura, o ya pasó con la literatura mexicana del siglo XX; buena parte de literatura mexicana está en periódicos y revistas y hay que sacarla de ahí.
Pero una vez que tienes la información, también hay que ponerla en su contexto; eso es lo que se llama editar: preparar un manuscrito para su publicación. Entonces, ¿cómo editas esto que ya se publicó? Bueno, pues lo anotas, le das una serie de referencias; también está la otra fase que es la de la investigación en el campo de la literatura.
Y luego también estaría el acto mismo de la escritura, pero no como una actividad lateral que se desprende de la investigación, sino como un acto que le da sentido a la investigación. Tu escritura no tiene por qué ser menos apasionada y menos demandante que la de aquellos a los que estudias.
Por ello es que no me gusta que existan los títulos determinados, porque siento que se pierde la perspectiva de todo lo que una persona puede hacer.
Adolfo Castañón emplea la figura “hombres-puente” para definir a personajes que conjuntan amplia experiencia en diversas disciplinas. ¿Qué relevancia tiene volver a buscar ser un “hombre-puente” en esta época de alta especialización?
Pues no me lo había planteado así, en realidad me lo planteo en términos más lúdicos, más en el ámbito de la satisfacción. Primeramente, no me apasiona la idea de la especialización, de saber cada vez más sobre menos; es algo que definitivamente no me interesa.
Hay gente que sólo piensa en un canal y eso está bien; hay quienes pensamos que podemos movernos en varios canales, no sé si realmente lo hagamos pero así lo pensamos. La idea de los puentes suena bien, pero quizá no la estoy entendiendo correctamente; cuando oigo la palabra puente parece que sería como tender puentes para que crucen otros; lo pienso también como puentes para cruzar, pero donde yo cruzo y me conecto y conozco y yo llego a algún lado. Sería muy presuntuoso de mi parte –además de una responsabilidad enorme– tender puentes para que otros crucen, y ¿si se caen los puentes? Más bien lo vería como puentes de uno hacia el otro, por ahí la veo.
Y aunque todo aparentemente tiende al aislamiento –es decir, los poetas se leen entre sí; los novelistas, a veces, se leen entre sí–, se nos olvida que lo que hacemos es para nuestros contemporáneos; el músico compone para ti y para mí, no para el futuro, loco estaría. No faltan quienes piensen en la posteridad, pero en realidad estamos trabajando para el día de hoy, para un mejor día de hoy: para que el lenguaje público sea mejor, para defendernos de la avalancha de banalidad y de violencia que nos cerca.
Trabajamos para esto, no trabajamos para el día de mañana, el poeta escribe para mí; entonces, tengo que leer al novelista, tengo que tratar de acercarme a él del mismo modo en que yo traigo cosas al presente para los demás, no para el día de mañana, pues qué chiste tiene el día de mañana, no sabemos ni cómo va a ser.
Por eso pienso que mi trabajo es hacia el mundo, para conectarme al mundo, para conocerlo, para enriquecer la idea que tengo de él. Y si a mí me enriquece esta visión del mundo, entonces probablemente a los demás también. Eso por un lado.
Por el otro, tampoco le hallo valor a volver a contar la historia con los materiales que tenemos a la mano, porque voy a contarla igual. Tengo que traer materiales nuevos. Como diría un historiador: tengo que construir mis propias fuentes, ir en busca de las cosas que me interesan, las que otros han dejado de lado. ¿Por qué? No lo sé, pero las han dejado de lado. ¿Por qué no se han metido a los archivos? No lo sé y no tengo tiempo de responderlo y tampoco creo que importe. Pero lo que sí sé es que si quiero hacer algo distinto tengo que pasar por todos esos lugares que a mí me van aportando cosas distintas.
Por ejemplo, si te metes a la hemeroteca y te encuentras un paquete de crónicas –como fue lo que me sucedió con las crónicas de Octavio Paz sobre la fundación de la ONU–, ni modo de dejarlas ahí. Claro, yo no las buscaba, yo estaba haciendo otras cosas, estaba documentando otro trabajo, pero me las encuentro y ni modo de dejarlas ahí. Si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer? Nadie lo va a hacer; si yo no edito este libro, nadie lo va a editar; si yo no traduzco esto, nadie lo va a traducir.
Pongo por ejemplo un libro que me publicaron en la Universidad Veracruzana, de un autor central para muchos pero completamente olvidado de las letras norteamericanas, que es Edward Dahlberg. Lo traduje porque me dio la gana, porque sentía que debía estar en castellano, ser parte de nuestra cultura. Este hombre vivió con nosotros en los años treinta del siglo XX y su obra estaba casi olvidada. Si no tomamos todos y cada uno de nosotros este tipo de iniciativa, ¡qué mundo tan aburrido!, ¿no?
Cuando se hace un análisis de otro escritor, ¿se inmiscuye uno, más allá de las letras, en la persona que está uno estudiando?
Bueno, el punto de partida es la escritura; en el caso de la antología que realicé de Tina Modotti, fueron las cartas a su amigo Winston, que le sobreviven a ella; en el caso de José Juan Tablada, la cantidad de escritos que dejó. Son dos casos muy diferentes; por un lado tienes a un escritor profesional que hizo periodismo, que experimentó en sus variedades –crónica, nota, editorial– y que fue cultor de las bellas letras que escribió todo tipo de poesía, sátira, novela, cuento inclusive; y por otro, tienes a una persona dedicada profesionalmente a la fotografía y que se expresa por medio de su correspondencia con un amigo.
Pero aunque siempre el punto de partida es la escritura, mi intención casi siempre es ir de la escritura hacia la persona sabiendo que no la voy a encontrar, sabiendo que es una empresa condenada si no al fracaso, por lo menos sí a enfrentar nuestras propias limitaciones como lectores. La esperanza es que al final toda esta investigación redunde en beneficio de los lectores de esos escritos.
Finalmente, el lector se apropia como le da la gana de la lectura, ése es el chiste de la literatura, que nos conectamos con ella, nos apropiamos de ella, nos adueñamos de sus sentidos, le creamos incluso sentidos que quizá no estaban en la obra original, o en la intención original del autor, al que muy probablemente no conocimos.
Pero por el otro lado está –además de todas estas cosas que uno como lector puede encontrar, por ejemplo en la obra de Tablada– el saber que en sus sentidos originales esos escritos significaron alguna otra cosa. Y entonces, entre estos dos polos, entre la apropiación radical de parte de un lector contemporáneo y el sentido, o los sentidos originales de esos escritos, se establece un tercer punto de encuentro, que puede ser igual de rico que cualquiera de los otros dos: una lectura un poco más enterada, más atenta, tanto a los sentidos originales de la palabra como a los sentidos originales del creador.
¿Qué tenía en mente Tablada cuando empezó a hacer su poesía ideográfica?, por ejemplo; ¿de dónde surgió esta poesía ideográfica?, ¿cuáles fueron las fuentes de José Juan Tablada para hacerla y no verla nada más como un hecho consumado? Poder hacer una especie de antología de los sentidos.
Hablando de la situación editorial del país, se ve que hay poesía, que hay libros que están buscando rescatar a los autores de poesía en México; sin embargo, se escucha que la poesía no se vende, que la poesía no se lee, que hay poco interés; en su experiencia personal, ¿qué tan cierto es esto?
Yo creo que la poesía siempre tiene sus lectores, es una cofradía de muy devotos y silenciosos lectores, y estoy pensando en lectores que son poetas; pero además, yo creo que sí hay lectores para la poesía; no creo que Tablada sea un poeta fácil, pero sí puede ser muy encantador para un lector común y corriente.
Ahora, la antología tiene una trampa: ofrece crónicas, ofrece sus memorias que son apasionantes, ofrece una novela, ofrece varios materiales; a ver si por ahí se engancha alguien, si no es por un lado, será por otro. La idea de Los imprescindibles, como colección, es precisamente ésa, ofrecer las distintas facetas de un autor y que de ahí se enganche el lector; es un anzuelo con muchas puntas a ver con cuál pica el lector y se sigue; es una apuesta.
La otra es que las obras completas son para las salas de lectura de las bibliotecas públicas, o para las bibliotecas de los estudiosos de la literatura, pero las obras completas no son para el lector común y corriente; de esas obras completas hay que hacer antologías precisamente para que lleguen de nuevo al interés de los lectores. La mayor parte de los libros de Tablada tuvieron un tiraje de 200 ejemplares que él –la mayor parte de las veces– pagó. ¿No es una belleza? 200 lectores, no hacen falta más. Claro, 200 buenos.
Hace falta leer a Tablada –creo yo–, no nos viene mal; y es muy curioso, en una presentación de la antología resultó que hay cuatro libros de Tablada nuevecitos; cuatro distintas antologías. Pues resulta que estamos locos todos, o hay quienes pensamos que es importante que se lea a este sujeto, que se estudie, que se disfrute, que los lectores se apropien de él.
De pronto quisiéramos tirajes de muchos miles, ¿y para qué?, ¿para qué quieres eso? No necesitas más. En algún momento, con un grupo de amigos eché a andar una editorial muy decimonónica, en el sentido de que se pagaba por suscripción como en el siglo XIX, entonces el lector se suscribía al proyecto con 200 pesos y con eso producíamos tres libros que no llegaban jamás a librerías porque no teníamos los recursos, aunque sí teníamos el conocimiento y la experiencia de hacer libros. Lo que hacíamos era invitar a buenos lectores a suscribirse al proyecto, producíamos con ese dinero los libros y los entregábamos, editamos cerca de 50 títulos distintos; así echamos a andar en 1995 el Breve Fondo Editorial, con esta idea de que no hay librerías en el país, pero tampoco las había en el siglo XIX y, sin embargo, se editaban libros y con ese esquema llegamos a tener 700 suscriptores.
Retomando el punto de la necesidad del conocimiento, en muchos casos los grandes creadores son también grandes analistas, grandes estudiosos; en la actualidad hay jóvenes con el interés de crear pero que se resisten a leer, a buscar y a entender las doctrinas escolares, ¿qué tanto puede uno confiar en la grandeza personal, en crear sin un bagaje previo?
Creo que el talento no es suficiente, hace falta trabajar. Decía Ricardo Garibay: “Don y aplicación”; o sea, talento solo no sirve. Por más talento, si no hay disciplina, si no hay trabajo, si no hay horas-nalga, no hay nada que hacer. Ahora los chavos están siendo sometidos a una educación visual que nuestras generaciones no tuvieron, una educación visual que no entendemos, que nosotros estamos apenas como observadores de ellos, nos quedamos en la superficie. Esta educación visual es radicalmente distinta a la de muchas generaciones; me pregunto qué va a pasar.
Yo espero que llegue un momento en que busquen nuevamente las palabras para verbalizar, para comunicar, para sacar de ellos lo que todas esas imágenes han dicho, que por su entendimiento a lo visual requieran de la palabra y eso lleva los libros y a la escritura; espero que eso suceda, pero por más talento, si no hay trabajo, no considero que se pueda prosperar.
Me parece que se ha consentido mucho, ha habido mucha condescendencia con los estudiantes, se les pobretea de una manera impresionante. El argumento principal es que los libros son muy caros y había que tomar una decisión: una cerveza o un libro. Claro, siempre ha habido crisis espantosas en este país, han pasado muchas cosas lamentables, pero ése no es argumento para ser condescendientes en el espacio de la educación.
La educación es un proceso muy serio y hay que tomarlo como tal; no se ha tomado así, tan no se ha hecho que se ha suplido la disciplina con condescendencia y lo que tenemos al final es un puñado de chavos malcriados, acostumbrados a fotocopias, a una educación de celofán, a ser atendidos, consentidos, en el sentido de “pobrecitos, es que es muy difícil”, y al final se les va a olvidar; entonces, ¿para qué molesto a los jóvenes? No, no puede ser.
Todo entraña un sacrificio, el chavo que hace karate sabe que ahí hay un sacrificio, el que nada, el que juega futbol, cualquier actividad entraña un sacrificio, salvo la educación. ¿Como es eso? Entraña un chorro de sacrificio, no nos hagamos guajes. Hay un montón de gente sin educación por la desigualdad de este país, pero también porque es un proceso muy ingrato y mucha gente le da la espalda porque no quiere hacer el esfuerzo que implica. Bueno, asumamos que es eso y no abaratemos el asunto de educación y de la formación personal.
Hay que entender que nada es fácil, escribir no es fácil, leer no es fácil, estudiar no es fácil, levantarse temprano para ir todos los días a la escuela no es fácil. No es fácil memorizar cosas que no nos interesan, pero es parte de un proceso probado durante décadas; si no le discuten al maestro de karate hacer ciertos ejercicios que les van a permitir algún día levantar la pata arriba de la cabeza, tampoco discutan los procesos educativos. Sobre todo que los profesores no renuncien a esta chamba, que no sean condescendientes, que no tengan pena por ellos.
Una de las características de la expresión artística contemporánea es justamente la obligación de crear públicos, ¿y quién los va a crear?, pues nosotros mismos, y hay que estar duro y dale. Hay que crear espacios y convidar a los jóvenes a que se acerquen y que no le tengan miedo a los libros, que compren libros, que se acerquen a los autores y aprecien la lectura. De eso de trata y de que sacrifiquen la chela del fin de semana por un libro de poesía.
Antonio Saborit (Torreón, Coahuila, 1957) es traductor, ensayista, historiador. Realizó estudios de cine, literatura e historia en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha traducido a Robert Gittings, D.S. Mirsky, Nicola Chiaromonte, David Brading, Immanuel Wallerstein y Robert Darnton. Es titular, desde 1989, de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); fundador y editor de la editorial Cal y Arena. Es autor de Los doblados de Tomóchic. Un episodio de historia y literatura (1994), Una mujer sin país. Las cartas de Tina Modotti a Edward Weston (1992), El Mundo Ilustrado de Rafael Reyes Spíndola (2003), El diario de la cigarra. Leandro Izaguirre, Jesús Martínez Carrión y José María Villasana (2004) y José Juan Tablada (antología) (2008).
Xalapa, Equez., Ver., martes 3 de febrero de 2009.
Creamos para defendernos de la banalidad
y violencia que nos cerca: A. Saborit
· “Sería muy presuntuoso de mi parte –además de una responsabilidad enorme– tender puentes para que otros crucen, y ¿si se caen los puentes?”
Marcelo Sánchez Cruz
Antonio Saborit ha realizado un aporte significativo a la literatura mexicana desde varios frentes: fuertemente vinculado a la tarea editorial, a mediados de los noventa se aventuró a crear una editorial por suscripción, el Breve Fondo Editorial, dedicado al rescate de autores mexicanos, a presentar nuevas traducciones de clásicos y obras de autores contemporáneos que tal vez no hallarían cabida en otras editoriales. Posteriormente fundó la editorial Cal y Arena, de la cual es directivo.
Investigador del fenómeno de la escritura, que combina con su formación de historiador, se ha interesado tanto por el acervo epistolar de Tina Modotti como por la poesía ideográfica de José Juan Tablada, o por las crónicas de Octavio Paz sobre la fundación de la ONU. Sus antologías y compilaciones de los más diversos temas permiten preservar la memoria histórica y estudiar a los personajes que las crearon. En su labor como historiador es titular, desde 1989, de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Otra de sus actividades relevantes es la traducción, pues ha puesto en español la obra de autores como Edward Dahlberg, Robert Gittings, Nicola Chiaromonte, David Brading y Robert Darnton, entre otros.
En esta entrevista para UniVerso, Saborit habla sobre sus diversas líneas de trabajo, por qué trabajar en lo que a uno le interesa y las recompensas que la dedicación y el esfuerzo conllevan a nivel personal y profesional.
A Antonio Saborit se le ha clasificado como ensayista, escritor, compilador, ¿con qué título es con el que más le gusta identificarse a sí mismo?
Con ninguno, porque casi todos tienden a excluir; es decir, yo estudié literatura inglesa y cine, luego estudié historia; entonces, para mis colegas de la barra de la historia soy un escritor, y para mis colegas escritores, soy un académico; es un lío, pero pues te digo, siempre todos se excluyen y no me gusta.
Me gusta muchísimo traducir, es un oficio muy demandante y estimulante; también me gusta compilar, reunir cosas. ¿Por qué reunirlas? Porque básicamente tengo la convicción de que 80 por ciento de la literatura mexicana del siglo XIX sigue estando en los periódicos y hay que sacarla de ahí para pasarla al formato de libro antes de que se destruya ese soporte. Lo mismo pasa con la literatura, o ya pasó con la literatura mexicana del siglo XX; buena parte de literatura mexicana está en periódicos y revistas y hay que sacarla de ahí.
Pero una vez que tienes la información, también hay que ponerla en su contexto; eso es lo que se llama editar: preparar un manuscrito para su publicación. Entonces, ¿cómo editas esto que ya se publicó? Bueno, pues lo anotas, le das una serie de referencias; también está la otra fase que es la de la investigación en el campo de la literatura.
Y luego también estaría el acto mismo de la escritura, pero no como una actividad lateral que se desprende de la investigación, sino como un acto que le da sentido a la investigación. Tu escritura no tiene por qué ser menos apasionada y menos demandante que la de aquellos a los que estudias.
Por ello es que no me gusta que existan los títulos determinados, porque siento que se pierde la perspectiva de todo lo que una persona puede hacer.
Adolfo Castañón emplea la figura “hombres-puente” para definir a personajes que conjuntan amplia experiencia en diversas disciplinas. ¿Qué relevancia tiene volver a buscar ser un “hombre-puente” en esta época de alta especialización?
Pues no me lo había planteado así, en realidad me lo planteo en términos más lúdicos, más en el ámbito de la satisfacción. Primeramente, no me apasiona la idea de la especialización, de saber cada vez más sobre menos; es algo que definitivamente no me interesa.
Hay gente que sólo piensa en un canal y eso está bien; hay quienes pensamos que podemos movernos en varios canales, no sé si realmente lo hagamos pero así lo pensamos. La idea de los puentes suena bien, pero quizá no la estoy entendiendo correctamente; cuando oigo la palabra puente parece que sería como tender puentes para que crucen otros; lo pienso también como puentes para cruzar, pero donde yo cruzo y me conecto y conozco y yo llego a algún lado. Sería muy presuntuoso de mi parte –además de una responsabilidad enorme– tender puentes para que otros crucen, y ¿si se caen los puentes? Más bien lo vería como puentes de uno hacia el otro, por ahí la veo.
Y aunque todo aparentemente tiende al aislamiento –es decir, los poetas se leen entre sí; los novelistas, a veces, se leen entre sí–, se nos olvida que lo que hacemos es para nuestros contemporáneos; el músico compone para ti y para mí, no para el futuro, loco estaría. No faltan quienes piensen en la posteridad, pero en realidad estamos trabajando para el día de hoy, para un mejor día de hoy: para que el lenguaje público sea mejor, para defendernos de la avalancha de banalidad y de violencia que nos cerca.
Trabajamos para esto, no trabajamos para el día de mañana, el poeta escribe para mí; entonces, tengo que leer al novelista, tengo que tratar de acercarme a él del mismo modo en que yo traigo cosas al presente para los demás, no para el día de mañana, pues qué chiste tiene el día de mañana, no sabemos ni cómo va a ser.
Por eso pienso que mi trabajo es hacia el mundo, para conectarme al mundo, para conocerlo, para enriquecer la idea que tengo de él. Y si a mí me enriquece esta visión del mundo, entonces probablemente a los demás también. Eso por un lado.
Por el otro, tampoco le hallo valor a volver a contar la historia con los materiales que tenemos a la mano, porque voy a contarla igual. Tengo que traer materiales nuevos. Como diría un historiador: tengo que construir mis propias fuentes, ir en busca de las cosas que me interesan, las que otros han dejado de lado. ¿Por qué? No lo sé, pero las han dejado de lado. ¿Por qué no se han metido a los archivos? No lo sé y no tengo tiempo de responderlo y tampoco creo que importe. Pero lo que sí sé es que si quiero hacer algo distinto tengo que pasar por todos esos lugares que a mí me van aportando cosas distintas.
Por ejemplo, si te metes a la hemeroteca y te encuentras un paquete de crónicas –como fue lo que me sucedió con las crónicas de Octavio Paz sobre la fundación de la ONU–, ni modo de dejarlas ahí. Claro, yo no las buscaba, yo estaba haciendo otras cosas, estaba documentando otro trabajo, pero me las encuentro y ni modo de dejarlas ahí. Si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer? Nadie lo va a hacer; si yo no edito este libro, nadie lo va a editar; si yo no traduzco esto, nadie lo va a traducir.
Pongo por ejemplo un libro que me publicaron en la Universidad Veracruzana, de un autor central para muchos pero completamente olvidado de las letras norteamericanas, que es Edward Dahlberg. Lo traduje porque me dio la gana, porque sentía que debía estar en castellano, ser parte de nuestra cultura. Este hombre vivió con nosotros en los años treinta del siglo XX y su obra estaba casi olvidada. Si no tomamos todos y cada uno de nosotros este tipo de iniciativa, ¡qué mundo tan aburrido!, ¿no?
Cuando se hace un análisis de otro escritor, ¿se inmiscuye uno, más allá de las letras, en la persona que está uno estudiando?
Bueno, el punto de partida es la escritura; en el caso de la antología que realicé de Tina Modotti, fueron las cartas a su amigo Winston, que le sobreviven a ella; en el caso de José Juan Tablada, la cantidad de escritos que dejó. Son dos casos muy diferentes; por un lado tienes a un escritor profesional que hizo periodismo, que experimentó en sus variedades –crónica, nota, editorial– y que fue cultor de las bellas letras que escribió todo tipo de poesía, sátira, novela, cuento inclusive; y por otro, tienes a una persona dedicada profesionalmente a la fotografía y que se expresa por medio de su correspondencia con un amigo.
Pero aunque siempre el punto de partida es la escritura, mi intención casi siempre es ir de la escritura hacia la persona sabiendo que no la voy a encontrar, sabiendo que es una empresa condenada si no al fracaso, por lo menos sí a enfrentar nuestras propias limitaciones como lectores. La esperanza es que al final toda esta investigación redunde en beneficio de los lectores de esos escritos.
Finalmente, el lector se apropia como le da la gana de la lectura, ése es el chiste de la literatura, que nos conectamos con ella, nos apropiamos de ella, nos adueñamos de sus sentidos, le creamos incluso sentidos que quizá no estaban en la obra original, o en la intención original del autor, al que muy probablemente no conocimos.
Pero por el otro lado está –además de todas estas cosas que uno como lector puede encontrar, por ejemplo en la obra de Tablada– el saber que en sus sentidos originales esos escritos significaron alguna otra cosa. Y entonces, entre estos dos polos, entre la apropiación radical de parte de un lector contemporáneo y el sentido, o los sentidos originales de esos escritos, se establece un tercer punto de encuentro, que puede ser igual de rico que cualquiera de los otros dos: una lectura un poco más enterada, más atenta, tanto a los sentidos originales de la palabra como a los sentidos originales del creador.
¿Qué tenía en mente Tablada cuando empezó a hacer su poesía ideográfica?, por ejemplo; ¿de dónde surgió esta poesía ideográfica?, ¿cuáles fueron las fuentes de José Juan Tablada para hacerla y no verla nada más como un hecho consumado? Poder hacer una especie de antología de los sentidos.
Hablando de la situación editorial del país, se ve que hay poesía, que hay libros que están buscando rescatar a los autores de poesía en México; sin embargo, se escucha que la poesía no se vende, que la poesía no se lee, que hay poco interés; en su experiencia personal, ¿qué tan cierto es esto?
Yo creo que la poesía siempre tiene sus lectores, es una cofradía de muy devotos y silenciosos lectores, y estoy pensando en lectores que son poetas; pero además, yo creo que sí hay lectores para la poesía; no creo que Tablada sea un poeta fácil, pero sí puede ser muy encantador para un lector común y corriente.
Ahora, la antología tiene una trampa: ofrece crónicas, ofrece sus memorias que son apasionantes, ofrece una novela, ofrece varios materiales; a ver si por ahí se engancha alguien, si no es por un lado, será por otro. La idea de Los imprescindibles, como colección, es precisamente ésa, ofrecer las distintas facetas de un autor y que de ahí se enganche el lector; es un anzuelo con muchas puntas a ver con cuál pica el lector y se sigue; es una apuesta.
La otra es que las obras completas son para las salas de lectura de las bibliotecas públicas, o para las bibliotecas de los estudiosos de la literatura, pero las obras completas no son para el lector común y corriente; de esas obras completas hay que hacer antologías precisamente para que lleguen de nuevo al interés de los lectores. La mayor parte de los libros de Tablada tuvieron un tiraje de 200 ejemplares que él –la mayor parte de las veces– pagó. ¿No es una belleza? 200 lectores, no hacen falta más. Claro, 200 buenos.
Hace falta leer a Tablada –creo yo–, no nos viene mal; y es muy curioso, en una presentación de la antología resultó que hay cuatro libros de Tablada nuevecitos; cuatro distintas antologías. Pues resulta que estamos locos todos, o hay quienes pensamos que es importante que se lea a este sujeto, que se estudie, que se disfrute, que los lectores se apropien de él.
De pronto quisiéramos tirajes de muchos miles, ¿y para qué?, ¿para qué quieres eso? No necesitas más. En algún momento, con un grupo de amigos eché a andar una editorial muy decimonónica, en el sentido de que se pagaba por suscripción como en el siglo XIX, entonces el lector se suscribía al proyecto con 200 pesos y con eso producíamos tres libros que no llegaban jamás a librerías porque no teníamos los recursos, aunque sí teníamos el conocimiento y la experiencia de hacer libros. Lo que hacíamos era invitar a buenos lectores a suscribirse al proyecto, producíamos con ese dinero los libros y los entregábamos, editamos cerca de 50 títulos distintos; así echamos a andar en 1995 el Breve Fondo Editorial, con esta idea de que no hay librerías en el país, pero tampoco las había en el siglo XIX y, sin embargo, se editaban libros y con ese esquema llegamos a tener 700 suscriptores.
Retomando el punto de la necesidad del conocimiento, en muchos casos los grandes creadores son también grandes analistas, grandes estudiosos; en la actualidad hay jóvenes con el interés de crear pero que se resisten a leer, a buscar y a entender las doctrinas escolares, ¿qué tanto puede uno confiar en la grandeza personal, en crear sin un bagaje previo?
Creo que el talento no es suficiente, hace falta trabajar. Decía Ricardo Garibay: “Don y aplicación”; o sea, talento solo no sirve. Por más talento, si no hay disciplina, si no hay trabajo, si no hay horas-nalga, no hay nada que hacer. Ahora los chavos están siendo sometidos a una educación visual que nuestras generaciones no tuvieron, una educación visual que no entendemos, que nosotros estamos apenas como observadores de ellos, nos quedamos en la superficie. Esta educación visual es radicalmente distinta a la de muchas generaciones; me pregunto qué va a pasar.
Yo espero que llegue un momento en que busquen nuevamente las palabras para verbalizar, para comunicar, para sacar de ellos lo que todas esas imágenes han dicho, que por su entendimiento a lo visual requieran de la palabra y eso lleva los libros y a la escritura; espero que eso suceda, pero por más talento, si no hay trabajo, no considero que se pueda prosperar.
Me parece que se ha consentido mucho, ha habido mucha condescendencia con los estudiantes, se les pobretea de una manera impresionante. El argumento principal es que los libros son muy caros y había que tomar una decisión: una cerveza o un libro. Claro, siempre ha habido crisis espantosas en este país, han pasado muchas cosas lamentables, pero ése no es argumento para ser condescendientes en el espacio de la educación.
La educación es un proceso muy serio y hay que tomarlo como tal; no se ha tomado así, tan no se ha hecho que se ha suplido la disciplina con condescendencia y lo que tenemos al final es un puñado de chavos malcriados, acostumbrados a fotocopias, a una educación de celofán, a ser atendidos, consentidos, en el sentido de “pobrecitos, es que es muy difícil”, y al final se les va a olvidar; entonces, ¿para qué molesto a los jóvenes? No, no puede ser.
Todo entraña un sacrificio, el chavo que hace karate sabe que ahí hay un sacrificio, el que nada, el que juega futbol, cualquier actividad entraña un sacrificio, salvo la educación. ¿Como es eso? Entraña un chorro de sacrificio, no nos hagamos guajes. Hay un montón de gente sin educación por la desigualdad de este país, pero también porque es un proceso muy ingrato y mucha gente le da la espalda porque no quiere hacer el esfuerzo que implica. Bueno, asumamos que es eso y no abaratemos el asunto de educación y de la formación personal.
Hay que entender que nada es fácil, escribir no es fácil, leer no es fácil, estudiar no es fácil, levantarse temprano para ir todos los días a la escuela no es fácil. No es fácil memorizar cosas que no nos interesan, pero es parte de un proceso probado durante décadas; si no le discuten al maestro de karate hacer ciertos ejercicios que les van a permitir algún día levantar la pata arriba de la cabeza, tampoco discutan los procesos educativos. Sobre todo que los profesores no renuncien a esta chamba, que no sean condescendientes, que no tengan pena por ellos.
Una de las características de la expresión artística contemporánea es justamente la obligación de crear públicos, ¿y quién los va a crear?, pues nosotros mismos, y hay que estar duro y dale. Hay que crear espacios y convidar a los jóvenes a que se acerquen y que no le tengan miedo a los libros, que compren libros, que se acerquen a los autores y aprecien la lectura. De eso de trata y de que sacrifiquen la chela del fin de semana por un libro de poesía.
Antonio Saborit (Torreón, Coahuila, 1957) es traductor, ensayista, historiador. Realizó estudios de cine, literatura e historia en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha traducido a Robert Gittings, D.S. Mirsky, Nicola Chiaromonte, David Brading, Immanuel Wallerstein y Robert Darnton. Es titular, desde 1989, de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); fundador y editor de la editorial Cal y Arena. Es autor de Los doblados de Tomóchic. Un episodio de historia y literatura (1994), Una mujer sin país. Las cartas de Tina Modotti a Edward Weston (1992), El Mundo Ilustrado de Rafael Reyes Spíndola (2003), El diario de la cigarra. Leandro Izaguirre, Jesús Martínez Carrión y José María Villasana (2004) y José Juan Tablada (antología) (2008).
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